Centro urbano de Benalmádena

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Ítem número 9 de 12 en Benalmádena


Torre del Muelle
Da nombre a la urbanización que la rodea y que prácticamente la ha terminado invadiendo, aunque su excepcional posición hace que todavía sea visible desde la carretera. Torremuelle es un importante...
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Pecio de los Santos
El pecio de los Santos parece responder al abandono de la carga de un bergantín inglés –la Isabella– que en 1855 se dirigía a Calcuta desde Génova, para la ornamentación de alguna mansión. Su halla...
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  • Municipio de la provincia de Málaga, situado en la Costa Occidental al pie de la Sierra de Mijas, recibiendo los vientos del Norte y del Oeste, por lo que su clima es bastante templado. Limita al Norte con la citada Sierra y con el municipio de Alhaurín de la Torre; al Este con el de Torremolinos; al Sur con el mar Mediterráneo y al Oeste con Fuengirola. En el siglo XIX pertenecía al Partido Judicial de Marbella y a la Audiencia y Capitanía General de Granada.

    La relación de esta población con el borde marítimo en el que se asienta y con la serranía; es decir, la imbricación entre mar y montaña, será en ella uno de sus rasgos más representativos, que la dotarán de peculiares características en su clima, vegetación y paisaje y también en el propio carácter de sus habitantes.

    Aunque el terreno no era de excepcional calidad, gran parte de él, sobre todo el situado en las llanuras lindantes con la franja costera y en los valles bajos, resguardados por la cadena montañosa, que siempre estuvo profundamente humanizado, se dedica fundamental y tradicionalmente al uso agrícola, que la existencia de manantiales para el abastecimiento y el riego hizo posible. Así Benalmádena fue famosa en épocas históricas, como el periodo musulmán nazarí, por las plantas medicinales como la Coniza y también por la existencia de colmenas o colmenares en sus parajes desiertos que daban abundantes cantidades de miel. De ahí que a un arroyo próximo se le nombrase Arroyo de la Miel, por la abundancia de la misma.

    Benalmádena fue también rica en vinos y pasas, que se exportaban por el puerto de Málaga, formando parte del núcleo vitícola de la Provincia. Además ya en el siglo XIX se cultivaban algunos cereales y batatas. El terreno también se aprovechaba en parte para pastar el ganado, siendo este tradicionalmente el cabrío, aunque existían también los animales necesarios para las labores agrícolas y del campo en general, como caballos, mulos y vacas. De la fauna existente en su territorio eran muy abundantes las perdices y conejos.

    Este municipio también poseía en los extremos de la villa dos nacimientos de agua, según apunta Madoz, quien también afirma, que eran escasos, pero su calidad era bastante buena y, por tanto utilizable para los usos domésticos.

    También destacaba este autor la existencia en aquel periodo de un Caserío llamado “Arroyo de la Miel”, nombrado anteriormente, que cuando él redactaba su Diccionario, se hallaba en muy mal estado.

    El pueblo poseía entonces dos fábricas de papel blanco y ordinario y tres de estraza, pero que apenas se utilizaban a mediados del siglo XIX por falta de aguas y a su vez porque sus dueños no poseían los recursos necesarios, hallándose gravados con censos de consideración. También había dos molinos harineros, siendo esta su única industria.

    En el término de Benalmádena existían tres torres nombradas Bermeja, Quebrada y Muelle y, según Madoz, cada una estaba al cargo de dos “torreros y un cabo”. En este periodo los caminos estaban en regular estado, siendo todos ellos de herradura y conducían a Málaga, a Mijas y a Marbella.

    El comercio se reducía entonces a la exportación del papel de sus fábricas y de las batatas que se trasladan a Málaga para llevar a cabo allí su distribución y venta.

    La superficie actual de este municipio es de 26,6 Km2 y su núcleo urbano presenta una altitud media de 241 m. En cuanto a las temperaturas, la media es de 17,8 ºC. Teniendo 2800 horas de sol al año y un régimen de precipitaciones de 610 l. por metro cuadrado.

    En Benalmádena la historia fue dejando su pátina y su huella, de manera que todos los periodos están engarzados en sus territorios. Podemos afirmar que los primeros habitantes de este lugar datan del periodo denominado Paleolítico Superior, remontándose ello a unos 200 000 años a.C. estableciéndose sus asentamientos en la cadena montañosa situada detrás de la llanura costera, destacando aquí algunos yacimientos donde aparecen representaciones de bueyes acéfalos. Su situación en el alto promontorio desde donde se divisa una espléndida panorámica, hacen de estas cuevas un lugar extraordinariamente privilegiado.

    La estructura social del Paleolítico Superior organizada en grupos familiares, cuyos recursos eran mínimos, incentivó el uso de las cuevas de las montañas como espacios seguros y protegidos, ante las inclemencias de las estaciones y demás peligros. Su forma de vida estaba ligada a la caza de los animales silvestres y a las recolecciones de frutas encontradas en la naturaleza circundante, por lo cual el uso de las cuevas como habitación se prolongaría en el tiempo hasta incluso llegar al Periodo Neolítico, donde la bonanza climatológica permitió abordar ya tareas relacionadas con el cultivo del campo. Precisamente de esta época se conservan numerosos restos arqueológicos en el Museo de Benalmádena entre los que se encuentran cerámicas, ornatos personales, objetos líticos etc., procedentes de las Cuevas de la Zorrera y de los Botijos.

    Con posterioridad, en los primeros siglos del segundo milenio, se comienza a desarrollar incipientemente la ganadería y la agricultura y los grupos o núcleos familiares comienzan a estratificarse y diferenciarse. Cambiaron el abrigo de las cuevas por las chozas en enclaves abiertos y fortificados sobre defensas naturales y también en el llano. Comenzándose estas transformaciones fundamentalmente en los poblados del Valle Bajo del Guadalquivir, de donde se extendieron a Málaga. Aquí en torno a las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz es donde surgirá una de las primeras civilizaciones importantes de la Antigüedad en España, conocida najo el nombre de Civilización Tartéssica, buscada insistentemente por el arqueólogo Adolfo Schulten.

    Precisamente en esta zona del Suroeste andaluz, en torno al río Tinto (Huelva) se empieza a llevar cabo por los Tartessios la extracción de metales ricos, como el oro y la plata, pero también la pirita de cobre y el estaño. Y es aquí a este territorio, probablemente la Tharsis bíblica, regida por reyes de gran fama como Argantonio, donde llegarían los griegos focenses y también los fenicios; estos últimos en la búsqueda de los metales, muy especialmente de la plata.

    Los fenicios llegarían a las costas malagueñas y concretamente a Benalmádena, en torno a la segunda mitad del s. VII a.C. habiendo aprendido las técnicas de fundición de los metales, con el deseo de ampliar sus horizontes para el desarrollo del comercio. Esto lo corroboran el hallazgo de varios yacimientos mineros.

    Asimismo en el Museo Arqueológico de Benalmádena se guardan los restos del yacimiento fenicio asentado en dicha población, denominado de La Era, estos proceden de varios niveles y épocas. Este pueblo fenicio, en realidad era libio-fenicio, nacido en el norte de Africa y son considerados en la “Ora Marítima” de Avieno, colonos cartagineses a los que vencerían los romanos.

    Posteriormente la presencia de Roma en esta población de Benalmádena tendrá lugar en el siglo III a.C. y su paso por la ciudad dejará la huella de transformaciones importantes que se plasmarán en la economía, en la estructura social y también en la organización territorial de esta zona. A partir de ahora hay constancia del establecimiento en el litoral de diversas factorías pesqueras donde se producía el famoso “Garum”, que después se trasladaba a Roma y al resto del Imperio. Es decir, en este periodo desarrollan la pesca, el marisqueo y la extracción de la sal organizando las salinas. Algunos historiadores resaltan la presencia en esta época de un punto de atraque de las flotas en la zona que actualmente se conoce como Torremuelle.

    Es importante que resaltemos en este periodo el yacimiento de la ciudad romana conocida como “Benal-Roma” de la que se han conservado algunos restos que han llegado hasta nuestro días, como el Horno del Panadero, lucernas, etc., registrados en Benalmádena–Puerto y en la zona citada de Torremuelle.

    A partir del S. IV contamos con datos sobre la cristianización de estas tierras entre las que se encuentra Benalmádena, siendo numerosos los testimonios arqueológicos cristianos de este siglo y de fechas posteriores. Este área se decanta como un punto de encuentro y de paso comercial hacia el litoral norteafricano. Se da paso ahora a un periodo de despoblación del territorio a favor de la concentración en grandes ciudades y muchas fortificaciones donde la población se refugia frente a la presencia de barcos enemigos que llegaban a la costa.

    Con la caída del Imperio Romano, en el siglo V se produce la invasión de los bárbaros y la Bética fue ocupada por los Vándalos, que la saquearon y tampoco se libró la costa y la ciudad de Benalmádena. En los siglos VI y VII será ocupada esta zona por los Visigodos y Bizantinos, siendo importante destacar la despoblación que se produce en el territorio de esta villa, no reactivado hasta la época musulmana.

    En el 711 se lleva a cabo la invasión musulmana de la Península y en este primer periodo Benalmádena no contaba con ningún núcleo de población. Será hacia el siglo XI cuando comience a desarrollarse la actual ciudad, en torno a su núcleo urbano ubicado en un peñón alto sobre la costa, conformándose la villa y una fortaleza.

    En el siglo XIII se parcelan las tierras del municipio, si bien ordenadas en innumerables barrancos, donde se comenzó a sembrar la caña de azúcar, traída desde Oriente, las higueras, los árboles de moreras y las vides, reportando todo ello azúcar, higos, moras y uvas. Precisamente el cultivo de la morera estaba destinado a la industria.

    En esta etapa musulmana es donde se acuña el topónimo que da nombre a este municipio “Ben al-Madena” en la lengua del Islam, que se españolizaría en la Benalmádena actual. Precisamente en esta etapa debemos recordar como personaje importante y el más relevante en el pueblo, a Ibn al-Baytar, el más famoso farmacólogo de la Edad Media nacido en Benalmádena en 1197, donde pasó toda su adolescencia y donde comenzó a interesarse por las plantas medicinales y la forma de utilizarlas para curar algunos males. Sabemos que llegó a ser jefe de botánicos en el Cairo y en sus viajes se trasladaría a Damasco, donde llegó a ser Visir y uno de los personajes más influyentes en aquel territorio. Además dejó escritos tres tratados, uno sobre remedios simples en medicina, otro sobre medicinas y alimentos y otro sobre medicamentos simples, llegando a ser considerado como un gran sabio.

    La reconquista de Benalmádena por los cristianos se produce en el año 1456 por los ejércitos del rey Enrique IV, arrasando todo lo que se encontraban a su paso. Los habitantes de Benalmádena, se refugiaron en Mijas y después tornaron nuevamente a ella, siendo en un segundo ataque destruida completamente por los ejércitos del rey Fernando el Católico. Se produce a partir de este momento un despoblamiento, porque las gentes, por miedo a las incursiones y a la inseguridad del lugar, no lo querían habitar. Fue entonces cuando se encarga a Alonso Palmero la repoblación de la villa de Benalmádena, con familias cristianas, ocupándola entonces una treintena de vecinos, todos castellanos y cristianos. El primer censo oficial de la población data de 1496 y por él sabemos que fueron cinco caballeros incluido entre ellos el alcaide Alonso Palmero y 21 peones, cabezas de familia. Fueron los Reyes Católicos los que establecieron en Benalmádena la capitanía para la defensa del litoral próximo, circunstancia esta por la cual en su escudo figura la leyenda “Vigía de la Costa”.

    A mediados del siglo XVI, Benalmádena contaba ya con diez familias y unos 50 habitantes, siendo entonces cuando se asienta ya su población al disminuir los ataques.

    A partir de ahora será cuando comienza a desarrollarse una actividad comercial con Mijas, pues a Málaga era muy complicado el llegar por el gran inconveniente de tener que cruzar el río Guadalhorce que, al carecer de puente, había que vadearlo.

    De esta época data la presencia de una de las familias más antiguas del pueblo: los Zurita Zambrana, propietarios de grandes parcelas de tierra junto al “Arroyo de la Miel”, lugar este donde crearon un importante patrimonio basado en el cultivo de la vid. También se ha de resaltar que en ese periodo a la ciudad se la comienza a conocer con el nombre de “Benalmaina”.

    En esta etapa también Benalmádena será golpeada por una de las tragedias mayores de su historia, que será el terrible terremoto producido el 9 de octubre de 1680 y que por las crónicas sabemos que no dejó una sola casa en pie, derribando algunas de las colinas de su territorio, porque además se asoció también a un gran maremoto que inutilizó las embarcaciones, arruinando todo su litoral.

    En el siglo XVIII, concretamente en 1784, el comerciante genovés Félix Solecio, compró el Cortijo del Arroyo de la Miel con la intención de construir fábricas para la producción de papel, fundamentalmente papel blanco y de estraza introduciendo un elemento de carácter industrial que aliviaría la pobreza de aquellas tierras. Este papel sería destinado a proveer a las fábricas de Macharaviaya, si bien las fábricas no comenzarían a producir hasta 1806, su infraestructura y viviendas constituyeron el origen del actual núcleo urbano del Arroyo de la Miel. A partir de este momento es cuando se iniciaría el desarrollo poblacional de todo el municipio. A fines del siglo XVIII se produjo la expansión del cultivo de la vid.

    A principios del siglo XIX este municipio como muchos de los malagueños, será escenario de una trayectoria zigzagueante, con momentos de expansión seguidas de crisis. En este momento es el cultivo de la vid (vinos – uva Moscatel) el producto estelar de la agricultura malagueña y su comercialización, fundamental para esta zona, participando también de ello Benalmádena. Pero la crisis de la filoxera dejaría desmenbrada gran parte de la estructura socioeconómica del territorio malagueño, y por tanto, afectó también naturalmente, a esta población.

    En este periodo se pasó de una expansión demográfica que hizo tener a Benalmádena 2239 vecinos a una disminución en 1890 extraordinariamente drástica, provocada, no sólo, por el retraimiento de la agricultura y del comercio, sino también por las enfermedades (epidemia de paludismo, tifus, cólera). La emigración de sus gentes a otras tierras en busca de mejores expectativas, hará que este descenso de la población no se remate hasta mediados del siglo XX (1950-1960), cuando se produce el renacer de Benalmádena y de todo este sector de la “Costa del Sol Occidental”, en base a un recurso que jamás se había explotado como fue el turismo, motor indudable del despegue de las ciudades de este territorio.

    La villa de Benalmádena y su núcleo urbano, según nos la describe Madoz en su Diccionario se caracterizaba en aquellos años en que él escribía (1845-1846) porque el estado de su caserío era “bastante regular”, si bien sus casas poseían “algunas comodidades interiores”, que no describe. Tenía edificio de Ayuntamiento, que estaba entonces “en estado ruinoso” y además “una cárcel en el mismo estado insalubre”.

    También tenía dos Escuelas de primeras letras que, en opinión del autor citado “eran una de niños muy concurrida por 43 y la otra niñas a las que asisten 26”, el maestro estaba dotado con 1100 reales pagados de los fondos propios” y la maestra no percibía más retribución que la que le daban “las discípulas”.

    A su vez el pueblo poseía una Iglesia Parroquial, dedicada a Santo Domingo que, según información de Madoz: “su curato es de entrada y está servida por un Párroco nombrado por la Corona, previo concurso, un teniente de cura, un sacristán temporales que presenta el diocesano y dos acólitos”, de tal manera que el culto en esta Parroquia se hallaba suficientemente atendido por el clero citado. Entre otras noticias Madoz indica, que la correspondencia se recibía en este municipio de la administración de Málaga, llegando los martes y los sábados, por un baligero, el cual la llevaba a la misma ciudad, de lunes a viernes. Poseía entonces una población de 275 vecinos o 1079 almas.

    Con anterioridad a la descripción de Madoz en el siglo XIX, tenemos una Vista del casco urbano de esta villa que, si bien de forma sintética y sin escala, nos refleja la composición de su centro urbano a mediados del siglo XVIII.

    La ciudad de Benalmádena fue representada en el Catastro del Marqués de la Ensenada, donde se conserva la Vista de la misma realizada entre 1751-1756. En ella se señalan los puntos cardinales y se indica el camino de Málaga, y también aparecen representada la Iglesia de Santo Domingo, única existente en el pueblo y algunos de sus edificios, probablemente el Ayuntamiento y la Cárcel así como su caserío.

    Ya en 1895 el casco urbano presenta una mayor complejidad y en el mismo aparecen dos plazas que son la Plaza Alta y la de Alfonso XII y una decena de calles así como la identificación de sus edificios principales: la Iglesia el Cementerio, la Casa de Ayuntamiento y la Cárcel, la Escuela Pública de niños y la Escuela Pública de niñas, además del Cuartel de la Guardia Civil, y el Molino harinero, Lavadero Público y el Manantial de Cazalla o Arroyo de la Cazalla. Fuera del casco se señala El Muro, que era el antiguo Castillo. Entre las calles podemos nombrar una serie de ellas que hacen referencia a accidentes del asentamiento, tanto del relieve, como cauces de agua etc. Por ejemplo la Calle del Cerrillo, la de los Pozos, la del Agua o la de La Lomilla; además la de los Muertos que iba hacia el Cementerio, la Calle de Marbella que se dirigía en dirección a aquella ciudad o la de las Casillas Quemadas, probablemente en alusión a alguna parte del caserío donde se produjo un incendio.

    De este mismo año se conserva también un plano de la Barriada de Benalmádena llamada del Arroyo de la Miel o Caserío del mismo nombre, en el cual se distinguen las carreteras, la acequia, el transformador, la vía del Ferrocarril y la línea de alta tensión. Esta barriada poseía una sola Plaza llamada de El Llano y la Iglesia como edificio religioso, no teniendo ninguno de carácter público, pues dependía de Benalmádena. Su viario se componía de la Calle del Hoyo de Velázquez y la Calle Nueva y de otro edificio llamado el Corralón.

    A principios del siglo XX en 1918, con objeto de introducir una línea eléctrica aérea a baja tensión, se lleva cabo el levantamiento de un plano de la población de Benalmádena y es entonces como se comprueba un mayor crecimiento del casco urbano añadiéndosele a las calles antes citadas, cinco calles más que respondían a los nombres del Bajondillo, Calle y Callejón de la Luna, Calle Real y la Callejuela.

    La Villa de Benalmádena orignalmente se conformaba de dos núcleos, como hemos podido comprobar, constituidos, por la propia población situada en la Sierra de Mijas y el arroyo de la Miel, que era un pequeño núcleo o barriada. El territorio que descendía desde el pueblo hasta la costa estaba constituido por parcelas de regadío situadas en los barrancos de bajada, pertenecientes a pequeños cortijos. Toda esta zona, a partir del “boom” de los años 1950 al 60, quedaría profundamente transformada con las nuevas urbanizaciones de chalets, hoteles y demás edificaciones nacidas para dar cabida a las exigencias del turismo de masas.

    Fuente: Marín Fidalgo, Ana. Análisis histórico. En GARCÍA VÁZQUEZ, Carlos; LOREN MÉNDEZ, Mar (dirs.). Costa del Sol: arquitectura, ciudad y territorio. Sevilla: Consejería de Vivienda y Organización del Territorio, 2006-2008, p. 8-13

  • La historia de Benalmádena nos muestra la existencia de sus primeros pobladores desde las etapas finales del Paleolítico Superior, según se ha podido constatar por los vestigios de antiguas civilizaciones encontrados en su término municipal; unos restos hallados en algunas de sus múltiples cuevas existentes como la del Toro, la Zorrera y Los Botijos. En ellas se han encontrado desde pinturas rupestres en las que se representan un toro acéfalo —de ahí le viene la denominación de cueva del Toro— hasta vasijas, cuchillos de sílex, raspadores y otros utensilios y restos óseos procedentes del Neolítico.

    Abierta desde siempre a las culturas más desarrolladas, Benalmádena recibe la llegada de los fenicios en los siglos VII y VIII antes de Cristo. En esta época se inicia un intercambio de culturas que se centran en la comercialización y la técnica. Estos fenicios entran en contacto con los pobladores indígenas de la zona y levantan en la misma factorías pesqueras y un comercio centrado en los minerales por la riqueza de su término en hierro y plata.

    Los vestigios más importantes de esta época se han hallado durante el presente año en la zona de Arroyo de la Miel denominada la Era, junto al parque de La Paloma. Estos restos, fechados, según los entendidos, entre los siglos IV y VI antes de Cristo demuestran la existencia de las poblaciones indígenas asentadas cerca de la Costa que fueron posteriormente invadidas por los fenicios.

    Entre las colonias fenicias existentes en la Costa del Sol se cita la de Torremuelle, la de la Era y la de Capellanía. Con la entrada de los cartagineses y posteriormente de las tropas procedentes del Imperio Romano, Benalmádena, al igual que otros centros como Malaca (Málaga) o Suel (Fuengirola) fueron potenciados por sus nuevos pobladores, quienes aprovecharon las anteriores instalaciones pesqueras fenicias como la de Torremuelle, además de su agricultura con la explotación del olivo, la higuera y el esparto, y de la miel y la cera. De esta época se hallan importantes restos arqueológicos recogidos en el libro de Pedro Rodríguez Oliva «La arqueología romana de Benalmádena», entre los que contempla el yacimiento de Torremuelle con una villa costera denominada «Villa Mauritania» y en cuyas inmediaciones se encontró en 1951 un mosaico que se cedió a la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga, entidad que posteriormente lo trasladó al patio del Museo de Bellas Artes de Málaga, donde hoy en día permanece.

    Otros restos procedentes de esta época son los hallados en Benalroma, situada junto a la avenida de Erasa. Tras estas colonizaciones y después de algunos siglos oscuros para los arqueólogos y amantes de la antropología e historia, varios autores señalan que Benalmádena fue integrándose paulatinamente en el mundo musulmán. Será en este periodo donde los historiadores fechan el origen del nombre de la ciudad. El significado topónimo de Benalmádena es «hijos de las minas», mineros o de las canteras, por la riqueza de las explotaciones minerales y canteras de hierro, amianto y ocre existentes en su territorio; mientras que el de Arroyo de la Miel cuenta con distintas versiones derivadas de la explotación de las colmenas para la extracción de la miel como comestible o para la fabricación de jabón.

    La localidad estuvo bajo la dominación musulmana 779 años. Aquí los árabes construyeron una mezquita y una fortaleza ubicada, al parecer, donde actualmente se encuentra la plaza de España de Arroyo de la Miel. En esta época nacerá en la localidad uno de los personajes más ilustres de su historia: el botánico y farmacólogo Ibn Al Baytar (1190-Damasco, 1248).

    Antes de la reconquista de la Península por parte de las tropas castellano-aragonesas, Benalmádena ya cuenta con sus torres almenaras como la de Torrebermeja, Torrequebrada y Torremuelle procedentes de la época nazarí (1329-1359), cuya utilidad se basaba fundamentalmente en la defensa y vigilancia del litoral. Estas serían más tarde remodeladas por los Reyes Católicos para la defensa de la Costa a fin de evitar la entrada de musulmanes y berberiscos procedentes de Africa.

    La reconquista de la Península por parte de las tropas cristianas hace también mella en Benalmádena; pero será más tarde, en 1491, con los RR. CC. cuando se inicia su repoblación con el nombramiento del alcalde, Alonso Palmero, vecino de Málaga, a quien también se le encargó el repartimiento de la ciudad en un plazo de tres años. El interés del rey en repoblar Benalmádena se debe esencialmente a su situación estratégica; y para la seguridad de los repobladores manda la reparación de las torres y del castillo musulmán, mandato que jamás llegó a desarrollarse ante los problemas económicos generados por las sequías y epidemias. Bajo la vigilancia del corregidor de Málaga, Juan Alonso Serrano, se empezarán en 1492 a reconstruir Torrequebrada, Torrebermeja y Torremuelle, llegando los primeros repobladores. Finalmente, el terremoto de enero de 1494 derribó las ruinas y los restos existentes del castillo musulmán.

    En enero de 1493 Alonso Palmero ha conseguido reunir a 29 pobladores exigidos a través de una real cédula en la que se contemplaba la exigencia de repoblar Benalmádena con 30 personas. Se inicia el repartimiento de las fanegas que conforman el término municipal integradas por parcelas de huertas, secano, bancales e higuerales.

    En el siglo XVI se producen múltiples acontecimientos protagonizados por las luchas y peleas de los vecinos de la localidad por las tierras repartidas, culminando éste con la crisis de abastecimiento que se hace común en todo el territorio de la provincia, hechos similares a los inicios del XVII, siglo de mediocre productividad y de acontecimientos históricos que apenas marcarían pautas en la historia de este municipio en el que se vive epidemias, sequías y un gran terremoto (1698), acontecimientos que se reflejan en una población que sufre importantes calamidades en todos los aspectos a pesar de la entrada del cultivo en la zona de la batata y patata.

    Será en este mismo siglo cuando se produce la construcción de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán de Benalmádena Pueblo, cuya fábrica primitiva se levantó por expreso deseo de Alonso Palmero, mientras que en 1621 se construyó según plano y condiciones redactadas por el arquitecto Pedro Díaz de Palacios, ampliada por orden del obispo Luis Fernández de Córdoba. En la actualidad y tras las obras de restauración desarrolladas queda muy poco de la obra original.

    De finales de este siglo datan los primeros documentos existentes sobre la familia Zurita-Zambrana, propietarios de un gran número de fanegas de Arroyo de la Miel. Será en el siglo XVIII cuando la localidad será testigo de un importante auge económico y en el que se recoge un censo poblacional —el de Floridablanca— en el que se detalla el número de habitantes, 895.

    A finales del siglo XVIII aparece un personaje que cambiará la vida económica de Benalmádena: Félix Solecio, genovés especializado en la temática de la fabricación del papel traído a Málaga por la familia Gálvez para la instalación en Macharaviaya de la Real Fábrica de Naipes. Para la fabricación del papel necesario para las barajas, Solecio busca un emplazamiento con abundancia de agua para instalar en él las máquinas hidráulicas de los batanes o molinos de papel, encontrando en Arroyo de la Miel el lugar idóneo para su iniciativa al existir en el mismo un gran manantial natural denominado popularmente el «cao»; caudal que recorría la ciudad desde su zona alta hasta la playa.

    A finales de 1784, el genovés adquiere el cortijo de Arroyo de la Miel de 12.000 acres de extensión por 258.200 reales de vellón a Pedro Reyes, levantando en un plazo de seis años toda la infraestructura necesaria para la puesta en marcha de sus seis batanes con la canalización del agua mediante un acueducto, del que aún queda un fragmento situado junto al edificio La Habana, situado en la avenida Ciudad de Melilla.

    El movimiento generado por las construcciones de los molinos hace que en 1785 se fundase el Ventorrillo de la Perra; una venta que subsiste hoy en día y que conserva ese ambiente reinante durante la monarquía de Carlos III, sirviendo por aquel entonces de parada para los arrieros, cabreros y carreros, quienes allí vendían un amplio surtido de provisiones.

    Cortijo de San Carlos en honor al rey Carlos III

    Solecio cambia la denominación de la zona como el cortijo de San Carlos en honor al rey Carlos III, construyendo en la misma sus seis molinos, cuatro de los cuales producían papel blanco y los otros dos de estraza. De estos batanes y de las haciendas que se construyeron en sus inmediaciones aún queda un pequeño rescoldo denominado por la población como La Fabriquilla, inmueble situado en la avenida de Erasa. Otros de los vestigios de los cortijos emplazados en los batanes y fábricas de papel se sitúan en la actual plaza de España de Arroyo de la Miel, donde aún quedan un arco y otros restos a la altura del edificio La Tribuna.

    Tras cerca de 20 años de lucha al haber creado un imperio al que no pudo hacer frente por los problemas económicos generados por su ineficacia comercial, los molinos cambian de dueños que a su vez los vendieron y arrendaron a otros fabricantes, terminando finalmente en manos de sus obreros, quienes los destruyeron para vender sus materiales como cobro de los jornales pendientes ante su poca producción por la escasez de agua motivada por su uso para las tierras de regadío existentes en la zona. La entrada de Solecio en Arroyo de la Miel marcará una pauta de gran importancia histórica para la ciudad con la llegada de nueva población procedente de otros pueblos de la provincia. Durante el siglo XIX y al mismo tiempo de la producción del papel, la agricultura de Benalmádena será otra de las impulsoras de su crecimiento social —en 1857 cuenta con 1.692 habitantes—, comercial y económico por el cultivo y la plantación de vides necesarias para la producción de la pasa moscatel tan preciada en mercados extranjeros.

    Debido al crecimiento de la producción de la pasa, el municipio se transforma a mediados de siglo casi en un monocultivo de vides que más tarde se ven afectadas por una plaga, la filoxera, originando su destrucción y con ello el empobrecimiento de una población que centraba sus ingresos en este cultivo.

    La pérdida de las vides y las epidemias de paludismo, cólera y otras enfermedades hacen su mella en la población y en su vida comercial al contar en la entrada del siglo XX con tierras abandonadas y una pobre vecindad. Esta pobreza de sus gentes y de su economía también se hará presente hasta la primera mitad de siglo XX en que la vida comercial se basa fundamentalmente en los productos cosechados en pequeñas parcelas arrendadas.

    En los años 30 se iniciará la construcción del Castillo del Bil-Bil. Impulsada su edificación por parte del matrimonio León y Fernanda Hermann, será el arquitecto Enrique Atencia el encargado de su redacción y la familia americana Schestrom quien finalmente lo adquirió y promovió su culminación.

    Carlota Tettamanzy, propietaria de casi todo Arroyo de la Miel

    A finales de la primera mitad de siglo también destaca la figura de Carlota Tettamanzy, propietaria de casi todo Arroyo de la Miel y de una gran superficie que también contemplaba tierras cercanas al litoral. Vizcondesa de Portocarrero y mujer de quien fuera marqués de Salamanca —de segundas nupcias—, esta poderosa señora situó su palacete en la actual calle Andalucía, un edificio demolido hace apenas un par de años para emplazar en su lugar el inmueble de la Tesorería de la Seguridad Social. En su honor y para rendirle un homenaje por el importante papel protagonizado en esta época, al ser una de las mayores benefactoras con la población, a quien donaba incluso tierras para emplazar en las mismas sus viviendas, el Ayuntamiento le dedicó la denominación de una calle, hoy llamada Andalucía.

    Poco a poco se van vendiendo el resto de las tierras que ahora conforman el centro de Arroyo de la Miel a trabajadores, quienes procedieron al levantamiento de sus viviendas que hoy en día aún persisten tanto en el ala sur de la avenida de la Estación y de la Constitución como en su margen norte, donde se ubica la zona popularmente conocida como Carranque, por entonces propiedad de Manuel Martín, quien poseía una gran superficie en la que se incluían importantes manantiales de agua. Este hombre fue muy popular y querido entre la población, a la que vendía a bajos precios pequeñas parcelas para que ésta pudiera desarrollar sus viviendas.

    En los años 50 será cuando el Ayuntamiento comienza a recibir las peticiones de inversores y promotores interesados en construir complejos hoteleros y urbanísticos en la zona costera y en las inmediaciones de la actual carretera de subida al Pueblo, siendo la primera de ellas la formulada por Miguel Gálvez del Postigo, quien en 1953 edificó el hotel Costa del Sol, emplazado en la avenida de Antonio Machado.

    A mediados de siglo se inicia el «boom» turístico. Los promotores turísticos buscaban terrenos en los que prolongar la línea hotelera de Torremolinos. Entre los años 60 y 70 se construyen entre otros muchos los hoteles Riviera, Siroco y Tritón. Con la entrada en la Alcaldía en el año 66 de Enrique Bolín, Benalmádena tenía una población que rondaba los 3.000 habitantes.

    En la zona costera la primera de las urbanizaciones residenciales que se construyó fue la Fuente de la Salud, desarrollada a finales de los años 50 por un colectivo de médicos entre los que se encontraban apellidos como Almansa, Queipo de Llano, Fernández y Carrillo. De esta época también datan el hotel playa de Santa Ana y La Roca —1964—, edificado por Enrique Bolín Bidwell, padre del actual alcalde.

    Continúan las edificaciones con la zona de Solymar, los apartamentos Pepita, el hotel Alay, el San Fermín y el Palmasol, a los que le siguen el resto de los complejos hoteleros y urbanísticos presentes en nuestros días. Se inicia la construcción del puerto deportivo, diseñado por Eduardo Oria, y que vio la luz en el año 82 no sin antes permanecer paralizado durante años por múltiples avatares de sus promotores, que no fueron pocos.

    En Arroyo de la Miel se desarrollan las primeras infraestructuras presentes hoy en día, mientras que el Pueblo ve su nueva Casa Consistorial, el Museo Arqueológico Municipal y la instalación, en el centro de la plaza de España, de la estatua de la Niña de Pimentel para premiar el entonces Festival de Cine de Autor que se celebraba en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Torremolinos impulsado por las autoridades benalmadenses. Para la elaboración de esta estatua se utilizó como modelo a la hija de un pescador de Almayate, sobrina de Manolo «El Petaca», que fue el que inspiró a este autor para elaborar al famoso Cenachero.

    Fuente: Así era Benalmádena hace un siglo. Historia de Málaga. Diario Sur.

  • La Vega de Málaga se estrecha rápidamente hacia el Oeste, ya en Torremolinos desaparecen la playa y el llano y empieza el abrupto acantilado de la costa, motivado por el descenso rápido hacia ella de las laderas meridionales de la Sierra de Mijas que corre aquí paralela al mar. Este acantilado dura desde Torremolinos al Valle de Fuengirola, y la carretera de Málaga a Cádiz que lo bordea, ofrece admirables paisajes de mar y sierra, sobre todo en los alrededores de Benalmádena, donde la escarpa de la costa adquiere su acentuación máxima. El terreno de esta zona es alternativamente dolomía estrato cristalina, gneises inferiores de dicho terreno, pizarras cambrianas y algún que otro manchón triásico y plioceno, restos es- tos últimos del manto litoral que cubre invariablemente los valles bajos de la costa. La vegetación corresponde a esta composición del suelo. Las laderas dolomíticas están totalmente desnudas. En los gneises y pizarras crecen olivos, alcornoques y viñedos; todos de secano, por supuesto, pues la exagerada vertiente del terreno no consiente otra cosa.

    Fuente: De Orueta, Domingo, Rubio, Enrique, La Serranía de Ronda, Madrid, 1926, p. 65-66..

Catalogación

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Datos geográficos

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ETRS 89 UTM Zona 30N 36.598797,-4.516805999999974